Caminar junto a ella por las calles de Quibdó puede hacerte sentir como una celebridad. “Flaca”, le dicen, aunque su característica más prominente sean sus casi dos metros de estatura llevados con porte, con elegancia; al menos en cada cuadra alguien diferente la saluda y ella otra vez sonríe.

Esa mujer que niños y adultos parecieran amar no siempre fue Maria Victoria. Víctor fue el nombre que le pusieron al nacer, era uno de cinco hermanos que tuvo que criar su madre pues, a sus 6 meses, su papá falleció.

Victor,como cualquier niño, tuvo amigos de infancia y también amores. A él le gustaba Freiser, otro niño. “Mariquita, mariquita”, le decían a Víctor quien con los años tenía cada vez más expresiones femeninas y a escondidas de su mamá usaba turbantes y faldas, esto le costó, y fue agredido por un grupo delincuencial. “Así no son los hombres”, decían. Lo mismo pensaba su mamá y con los años los problemas en casa comenzaron. Víctor se fue de su casa a los 18 años.

Recuerda que uno de sus días más felices fue poder verse al espejo con pechos, recuerda que antes entrar a la universidad parecía una utopía, hoy estudia trabajo social

Decirle adiós a su casa fue decirle adiós a Víctor, de una forma progresiva. Por eso María Victoria habla de él como otra persona, ligada a ella, pero otra persona; por eso ella cuenta que su inicio estuvo marcado por noches durmiendo en el piso y días con hambre. Pero también recuerda que haber pasado por días grises le enseñó a entender al otro, a soñar con que las otras personas no pasaran por eso.

Sueños, de eso está hecha ella. Y muchos se han hecho realidad. Recuerda que uno de sus días más felices fue poder verse al espejo con pechos, recuerda que antes entrar a la universidad parecía una utopía, hoy estudia trabajo social, recuerda que fantaseaba con tener su fundación y la creó, la llamó “Latidos”.

“¿Qué más sueño? tener una casa grande, una casa enorme,como la de una estrella de rock y en ella poder acoger a muchas personas que no tienen con qué comer o dónde vivir. Yo lo viví y entendí que cuando sirves sin esperar nada a cambio, recibes satisfacción, una sonrisa o un abrazo se convierten en algo que no compraría un montón de dinero”, cuenta María Victoria, una mujer trans que la vida ha golpeado en varios costados mientras ella simplemente le sonríe. “No doy porque tenga mucho, doy porque sé lo que es no tener nada”, recalca.

"No doy porque tenga mucho, doy porque sé lo que es no tener nada"